
Las noches tranquilas son el deseo de cualquier familia, especialmente cuando hay peques en casa. Sin embargo, no siempre sucede así: las pesadillas forman parte del desarrollo infantil y pueden interrumpir el descanso con llantos, gritos o un miedo que parece muy real. Aunque suelen ser pasajeras, para los niños pueden ser experiencias intensas y angustiantes. Por eso, entender qué son, por qué ocurren y cómo acompañarles es fundamental para que aprendan a gestionarlas y, sobre todo, para que sientan que no están solos.
Qué son las pesadillas
Las pesadillas son sueños perturbadores que generan miedo, ansiedad o tristeza. Éstas ocurren durante la fase REM del sueño, que tal y cómo vimos en este artículo es el momento en el que el cuerpo se encuentra relajado, pero el cerebro trabaja de forma intensa para procesar e integrar lo que ha sucedido durante el día. Es por ese motivo que los sueños y las pesadillas normalmente se recuerdan, al menos a corto plazo, a diferencia de otros trastornos del sueño como los terrores nocturnos (que ocurren en fase NoREM, cuando el cerebro descansa, por eso no se recuerdan) y requieren un acompañamiento distinto del que hablaremos en otro artículo.
Cuando un niño despierta después de una pesadilla, su estado emocional es muy parecido al de un adulto: se siente alterado, angustiado y con miedo. La gran diferencia es que ellos todavía no distinguen bien entre lo real y lo imaginario, y pueden pensar que lo que han soñado podría repetirse si se vuelven a dormir. En esos momentos puede llorar, llamarnos, pedir luz o querer compañía. Lo más importante es entender que la pesadilla es real para el niño en ese instante, aunque para el adulto no tenga lógica. A medida que crece y su capacidad de razonamiento madura, las pesadillas tienden a disminuir, aunque en épocas de estrés o cambios importantes pueden reaparecer.
Por qué ocurren las pesadillas
No siempre hay una causa clara, pero existen factores que pueden favorecerlas:
- Imaginación activa: los niños absorben intensamente lo que ven y escuchan. Una película, un cuento con imágenes intensas o incluso una conversación de adultos puede transformarse en un sueño aterrador.
- Cambios y tensiones: mudarse de casa, el inicio del colegio, la llegada de un hermanito, una visita al médico o cualquier situación nueva puede generar ansiedad que se refleja en los sueños.
- Rutinas alteradas: trasnochar, acostarse muy cansado o dormir en un lugar diferente también puede aumentar la probabilidad de pesadillas.
- Enfermedades y fiebre: cuando el cuerpo está más vulnerable, el sueño puede ser más agitado.
- Factores emocionales: preocupaciones pequeñas para los adultos — como separarse de mamá al ir a la escuelita — son grandes desafíos para los niños, y a veces se manifiestan en forma de pesadillas.
Pesadillas puntuales: reflejos del día
La función de la fase REM es precisamente ordenar y archivar las experiencias. Cuando un niño tiene una pesadilla aislada, lo más probable es que esté relacionada con algo que ha vivido durante ese día y que no ha podido asimilar bien o le ha creado algún tipo de angustia. Ejemplos muy comunes son:
- Una regañina de un adulto que le hizo sentir mal.
- Una caída o accidente pequeño que le generó miedo.
- Un susto con un ruido fuerte inesperado.
En estos casos, la pesadilla funciona como una especie de “eco emocional” que refleja aquello que todavía no ha sido integrado por completo.
Pesadillas recurrentes: señales de una preocupación más profunda
Cuando las pesadillas no son esporádicas, sino que se repiten con frecuencia, es posible que estén vinculadas a una ansiedad más concreta o a una etapa vital que el niño está atravesando. Algunas situaciones frecuentes que pueden generar este tipo de sueños son:
- Angustia por separación: suele aparecer cuando comienzan la escuela o escuela infantil, o cuando los padres necesitan ausentarse más tiempo del habitual.
- Etapas de cambio: dejar el pañal, mudarse de casa.
- Llegada de un nuevo hermano o hermana: pueden sentir celos, miedo a perder la atención de los padres o inseguridad.
- Sentimientos repetitivos: frustración, enfado o incluso ira que no saben cómo expresar durante el día.
En estos casos, las pesadillas son como una alarma que nos invita a mirar más allá del sueño en sí y atender lo que el niño está sintiendo en su vida cotidiana.
Cómo acompañar a tu peque después de una pesadilla
Cuando tu hijo o hija despierta llorando o gritando por una pesadilla, lo más importante es estar presentes y validar sus emociones. No se trata de dar explicaciones largas ni de intentar convencerlo de que “no pasa nada”, sino de darle seguridad con nuestra cercanía. Algunas claves prácticas que pueden ayudarte:
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Acudir rápido y con calma
Tu sola presencia ya es un alivio. Acercarte con voz suave y gesto tranquilo transmite la seguridad que necesita. -
Contacto físico
Un abrazo, acariciar su espalda o tomarle de la mano ayuda a que su cuerpo se relaje. La piel transmite un mensaje claro: “Estoy contigo, estás seguro”. -
Escuchar sin juzgar
Si el niño es más mayor, puedes animarle a contar lo que soñó. Esto no solo le ayuda a sacar afuera lo que le asusta, sino que te da pistas sobre lo que puede estar generando esas pesadillas. Aunque para ti el monstruo debajo de la cama no exista, para él sí. Evita frases como “eso no es nada”. En su lugar, puedes decir: “Entiendo que te dio miedo, ahora estás a salvo”. -
Reescribir el final
Hay una técnica que puede ser muy útil: imaginar juntos cómo podría haber terminado la pesadilla de forma positiva. Por ejemplo, si soñó con un monstruo, pensar que al final se hacía su amigo o que se convertía en algo gracioso. Esto ayuda al niño a recuperar la sensación de control. -
Evitar minimizar o ridiculizar
Frases como “no seas exagerado” o “eso no existe” no ayudan y pueden hacer que no quiera contarte lo que le pasa. Aunque para ti sea solo un sueño, para tu hijo ha sido una experiencia muy real.
Después de una pesadilla, es normal que les cueste volver a dormirse. El miedo a que la situación se repita puede hacer que quieran luz o compañía. Aquí es donde entra en juego la paciencia: en lugar de apresurarlos a dormirse, acompáñalos hasta que logren calmarse. Poco a poco irán aprendiendo que los malos sueños no tienen poder sobre ellos. Recuerda que tu serenidad es el mejor ejemplo: cuando te ven tranquila, entienden que están a salvo.
Cómo prevenir las pesadillas
Aunque no siempre podemos evitarlas, sí es posible crear un entorno que favorezca un descanso más reparador que disminuya su frecuencia:
- Rutinas de sueño estables y predecibles: irse a la cama más o menos a la misma hora y con un ritual relajante (baño, cuento, caricias).
- Ambiente tranquilo: una habitación acogedora, con luz tenue si lo prefieren y sin ruidos fuertes ni pantallas
- Cuentos adecuados a su edad: elegir historias con finales felices y personajes amigables.
- Espacios de conversación: preguntarles cómo se sintieron durante el día, qué les gustó y qué no. A veces, hablar antes de dormir ayuda a que no lo expresen en sueños.
- Seguridad emocional: un niño que se siente acompañado y comprendido durante el día suele dormir más tranquilo por la noche.
Cuándo consultar con un especialista
La mayoría de las veces, las pesadillas no son motivo de preocupación. Sin embargo, conviene pedir orientación pediátrica o psicológica si:
- Son muy frecuentes (varias veces por semana durante meses).
- Generan un miedo excesivo que interfiere con el descanso.
- Están acompañadas de ansiedad intensa durante el día.
- El niño muestra cambios bruscos de comportamiento o de ánimo.
Las pesadillas son una parte natural del desarrollo y, aunque puedan generar noches agitadas, también son una oportunidad para fortalecer el vínculo emocional con nuestros hijos. Cuando un niño despierta aterrado y encuentra a mamá o papá a su lado, siente que no está solo en medio de la oscuridad. Y esa certeza, más allá de cualquier explicación, es lo que le dará la seguridad necesaria para seguir creciendo con confianza y sepa que incluso en los momentos de miedo siempre puede contar contigo. Las pesadillas pasarán con el tiempo, pero la sensación de haber sido acompañado con amor quedará para siempre.
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